miércoles, 30 de junio de 2010

Ensayo inédito sobre hombres-lobo

Los hombres-lobo no descansan

Janitzio Villamar

Hoy que los cerebros se declaran en huelga a la menor provocación y que sobre los aparadores la ruta de la política cínica transporta enormes cargas de conciencia sin conciencia para vender, para fiar, para que se las lleven con módicos intereses del mil por ciento, los hombres-lobo no descansan. Las transformaciones los unen día con día y sus sindicatos fundan escuela y traspasan la barrera de las argénteas balas que colocan las policías ante los edificios de gobiernos o la mitad de las calles. Sus colmillos ya hieren profundamente las carnes sanguinolentas de los salvajes potentados y esbirros desvergonzados. Sus garras comienzan el derrumbamiento de la moral del empobrecimiento acumulado y de las hambrunas a con rédito a los bolsillos imperiales. Los hombres-lobo no descansan.

La metáfora de la mañana y de la noche que se iluminan una a otra causa profunda rebeldía. Ya nadie cree en los cervatillos; mejor nos los comemos. Ya nadie sale a pescar tarántulas ala luz del día ni figura en los anuncios panorámicos sin presentar el cuerpo sin seda ni percal. El terror es profundo. Y en México lo ha sido más aún, aunque parezca por momento que se acumula y sale de la coladera en forma de presidente sin escrúpulos. El terror no se agota, se transforma a sí mismo y vuelve de una y otra formas a veces en forma de hombre-lobo, otras como vampiro o aparición o posesión o momias o vaya usted a saber, querido comprador.

El terror se imagina como inocuo, desalentador y paranoico, pero es una misiva que lleva detonador, es una bomba deleterea que causa estragos y genera inercia en el movimiento generacional. Por eso los hombres-lobo no descansan; no pueden ni deben descansar: hay que levantarlos de sus tumbas, unir sus partes como Isis hizo con las de Osiris y hacerlos dioses, dioses del mito popular, de la luna que nos transfigura, de la luna que siempre nos acompaña, a veces tan visible que a simple día la podemos ver, a veces reflejando la luz, tan blanca, tan de una sola cara. El terror es peligroso, pero para quienes ven en él lo que de fondo tiene ahora, para quienes ven a través de la ventana del subterfugio, para quienes comprenden el temible gambito.

Hablar de terror es hablar de muchas cosas y tiene subgéneros. En mi caso, los subgéneros son las diferentes creaciones cósmicas, desde los vampiros a la Bram Stoker, Alexei Tolstoi o Joseph Sheridan le Fanu, hasta los hombres-lobo, y particularmente los hombres-lobo como los de Alexandre Dumas o Stephen King. El camino es muy largo y su principio es harto conocido: la escuela gótica del siglo XVII, con grandes maestros como Anne Radcliffe. El horror gótico se une luego al horror de los románticos, como el del Frankenstein de Mary W. Shelley, cuyas consecuencias son atroces y se transfigura en el naturalista a la Bram Stoker y su La joya de las siete estrellas o La madriguera del gusano blanco o La dama del sudario y el cósmico de H. P. Lovecraft. Henry James hizo escuela. Charles Dickens es uno de los primeros, sin embargo es guardar a propósito una metáfora dentro del texto de terror: sus fantasmas del pasado, del presente y del pasado, su cruel Scrooge, son prueba latente de ello.

El terror se transforma en metáfora. Mary W. Shelley también intuyó esas posibilidades en el género. Marcel Schwob, Joseph Conrad,Ray Bradbury, Anne Rice, Clive Barrer, Edgar Allan Poe Oscar Wilde y Guy de Maupassant forman parte de la enorme galería de autores que han transitado por él. Permítanme ahora, como a ellos sus lectores, llevarlos a mis mundos de fantasía y terror, a mis mundos de la metáfora.

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